Por Pablo Molina
Aunque dos rollizas mozalbetas la celebraron por adelantado en la visita que hicieron a Estados Unidos en compañía de sus papás, el hecho es que la fiesta de Halloween se conmemora este fin de semana. Prepárense por tanto para recibir decenas de visitas de zombies cochambrosos y otras apariciones igual de lamentables en busca de caramelos; o mejor, desconecten el timbre, que es mucho más efectivo. |
Sólo hay algo más estúpido que vestir a los mocosos de mamarracho y enviarlos a molestar al vecindario: acompañarlos disfrazados. Cuando abres la puerta y ves a un tío de cuarenta y cinco años vestido –a base de papel higiénico– de momia y media docena de monstruitos diciendo la cursilada esa de "Caramelo o susto", dudas entre cerrar la puerta sin más contemplaciones o contribuir a dotar de funcionalidad a los vendajes que rodean el cuerpo del papá-mega-enrollado-que-participa-en-las-actividades-lúdicas-de-los-niños, según aconsejan las revistas de educación infantil.
Este sábado es el mejor día del año para declararse antiamericano, pero la gente, que lo entiende todo al revés, es cuando imita con más entusiasmo las absurdas costumbres de los granjeros de Nebraska y los ganaderos de Wisconsin, que ya hay que tener ánimo.
A los niños ya no los llevamos a los cementerios a ver la tumba de sus antepasados, no sea que se traumaticen, pero en cambio los animamos a que se disfracen de cadáveres porque, a fin de cuentas, es lo que hacen todos sus amiguitos y no vamos a permitir que las criaturas se vean privadas de un ritual tan socializante. Coño, ¡si hasta los colegios de curas celebran el Jalogüín!; y además con mayor pompa y boato, porque suelen ser colegios concertados o privados y el presupuesto les da para estirarse más en asuntos extracurriculares.
Los más ortodoxos en materia teológica afirman que es una fiesta pagana que utiliza simbología satánica para enaltecer el mal. No creo que sea para tanto, pero lo que sí cabe señalar es el peligro de que los participantes en esta chorrada acaben poseídos, no por Luzbel, claro, que debe de andar ocupado en cosas más serias, sino por el espíritu de la gilipollez yanqui, mucho menos peligroso pero bastante más extendido que el primero. Porque empiezan los chiquillos por imitar las costumbres festivas de los norteamericanos y terminan haciendo huelga para que en el instituto les pongan taquillas según ven en las películas para adolescentes de Hollywood, como ocurrió de hecho hace unos años en un centro educativo murciano cuyo nombre omitiré piadosamente.
Los bares y demás recintos de copas que organizan su particular celebración en la noche de difuntos están disculpados, porque se trata de hacer caja y no es cuestión de perder un buen negocio, especialmente en tiempos de crisis. En realidad, está todo el mundo disculpado porque cada uno hace con sus hijos lo que estima oportuno, desde inflarlos a comida basura hasta animarlos a sumergirse en los aspectos más grotescos de la cultura yanqui. Lo único que cabe es lamentarse de que nuestros industriosos artesanos gastronómicos, que estos días se esmeran produciendo huesos de santo, arrope y otras tantas delicias, tengan que competir con los puñeteros monstruitos de Halloween y sus papás, que tras la tournée por el barrio los llevan a zamparse una hamburguesa con kétchup en lugar de ir al mercadillo a comprar las delicatessen tan típicas de estas fechas.
En España nos quedamos sentados cuando pasa la bandera norteamericana y tachamos a la población yanqui de analfabeta, violenta y tosca, pero cuando se trata de copiar rituales absurdos la miramos con gran atención, para reproducir sus costumbres hasta en los más mínimos detalles. Si alguien lo entiende, que venga y lo diga. Con lo ricos que están los buñuelos y lo bonitas que son las representaciones del Tenorio...
Este sábado es el mejor día del año para declararse antiamericano, pero la gente, que lo entiende todo al revés, es cuando imita con más entusiasmo las absurdas costumbres de los granjeros de Nebraska y los ganaderos de Wisconsin, que ya hay que tener ánimo.
A los niños ya no los llevamos a los cementerios a ver la tumba de sus antepasados, no sea que se traumaticen, pero en cambio los animamos a que se disfracen de cadáveres porque, a fin de cuentas, es lo que hacen todos sus amiguitos y no vamos a permitir que las criaturas se vean privadas de un ritual tan socializante. Coño, ¡si hasta los colegios de curas celebran el Jalogüín!; y además con mayor pompa y boato, porque suelen ser colegios concertados o privados y el presupuesto les da para estirarse más en asuntos extracurriculares.
Los más ortodoxos en materia teológica afirman que es una fiesta pagana que utiliza simbología satánica para enaltecer el mal. No creo que sea para tanto, pero lo que sí cabe señalar es el peligro de que los participantes en esta chorrada acaben poseídos, no por Luzbel, claro, que debe de andar ocupado en cosas más serias, sino por el espíritu de la gilipollez yanqui, mucho menos peligroso pero bastante más extendido que el primero. Porque empiezan los chiquillos por imitar las costumbres festivas de los norteamericanos y terminan haciendo huelga para que en el instituto les pongan taquillas según ven en las películas para adolescentes de Hollywood, como ocurrió de hecho hace unos años en un centro educativo murciano cuyo nombre omitiré piadosamente.
Los bares y demás recintos de copas que organizan su particular celebración en la noche de difuntos están disculpados, porque se trata de hacer caja y no es cuestión de perder un buen negocio, especialmente en tiempos de crisis. En realidad, está todo el mundo disculpado porque cada uno hace con sus hijos lo que estima oportuno, desde inflarlos a comida basura hasta animarlos a sumergirse en los aspectos más grotescos de la cultura yanqui. Lo único que cabe es lamentarse de que nuestros industriosos artesanos gastronómicos, que estos días se esmeran produciendo huesos de santo, arrope y otras tantas delicias, tengan que competir con los puñeteros monstruitos de Halloween y sus papás, que tras la tournée por el barrio los llevan a zamparse una hamburguesa con kétchup en lugar de ir al mercadillo a comprar las delicatessen tan típicas de estas fechas.
En España nos quedamos sentados cuando pasa la bandera norteamericana y tachamos a la población yanqui de analfabeta, violenta y tosca, pero cuando se trata de copiar rituales absurdos la miramos con gran atención, para reproducir sus costumbres hasta en los más mínimos detalles. Si alguien lo entiende, que venga y lo diga. Con lo ricos que están los buñuelos y lo bonitas que son las representaciones del Tenorio...
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