Por Mónica Mullor
La escuela finlandesa es la estrella indiscutida del firmamento educacional europeo. Con un gasto por alumno significativamente inferior al español, obtiene resultados muy superiores a los de España. Ello prueba un hecho fundamental: que las deficiencias educacionales españolas no dependen de un problema de recursos, sino del uso de los mismos. Gastamos mucho, pero lo hacemos mal, mientras que los finlandeses gastan menos pero bien. |
¿Qué factores y características explican la excelencia de la escuela finlandesa y, más en concreto, su superioridad respecto de la española? Este es el tipo de cuestiones que deberían estar en el tapete, si es que realmente nos preocupase la educación española. Pero no, todo gira hoy en torno a los intereses de los profesores-funcionarios por mantener, a toda costa, inalterados sus privilegios.
Las claves del éxito de la escuela finlandesa hay que buscarlas en una serie de elementos que se combinan para dar ese resultado. El primero de ellos es la altísima calidad del personal que forma a los maestros. Los profesores de las facultades de Pedagogía son en su gran mayoría doctores. Además, los finlandeses cuentan, según el QS World University Rankings 2011, con una universidad entre las 75 mejores del mundo, mientras que... ¡España no cuenta con ninguna entre las 150 mejores!
El segundo elemento explicativo del éxito finlandés es el alto nivel de excelencia de sus profesores en general, lo que tiene su origen no solo en la exigente formación que reciben, sino en el proceso de selección de los aspirantes a la propia carrera de profesor. Solo uno de cada diez solicitantes logra acceder a ella, es decir, solo los estudiantes mejor dotados y motivados logran convertirse en profesores.
De ello se deduce el tercer elemento de éxito: la profesión de maestro otorga un alto estatus en Finlandia, y para nadie es fácil impugnar la autoridad de los profesores. Esto tiene efectos decisivos respecto del ejercicio mismo de la labor docente, pero es que además explica el cuarto hecho distintivo del éxito finlandés: los políticos se cuidan de meterse en el campo educacional y convertirlo en arena de sus disputas, antojos y proyectos ideológicos. Nada parecido a la Logse se ha visto en Finlandia, sino todo lo contrario. Existe un sólido acuerdo para dejar a los maestros que hagan lo suyo y no alterar la estabilidad de la escuela. De hecho, la escuela finlandesa debe de ser una de las que menos reformas ha padecido en las últimas décadas.
De aquí se deriva el quinto elemento explicativo del éxito finlandés: la gran autonomía de los centros educativos y de los maestros a la hora de articular su labor. Los maestros gozan de una libertad que se han ganado sobremanera: ahí está el respeto generalizado por lo que hacen.
Esto nos lleva al sexto hecho decisivo: no se aceptan el fracaso ni la mediocridad en el ejercicio de la función docente. Esto es lógico cuando se cuenta con un cuerpo docente tan seleccionado, prestigiado y respetado, que lógicamente cuida su buen nombre como el mayor de sus capitales. Los centros saben lo que pueden exigir de un profesor, y si este no gestiona su trabajo de forma satisfactoria, lo cambian por otro. Se trata de premiar la excelencia y la eficacia, para lo cual, evidentemente, todos han de competir con todos en igualdad de condiciones. Este sistema implica que los profesores no tienen el privilegio de poseer contratos vitalicios, es decir, no son funcionarios de carrera, como sí son los españoles.
En séptimo lugar tenemos la disciplina y los controles de calidad. Se trata de un compromiso asumido por los profesionales, los padres y los educandos. No solo se controlan sistemáticamente los rendimientos, sino que los atrasos, la inasistencia y el incumplimiento en la entrega de deberes son considerados graves faltas al sentido del deber y tienen consecuencias. ¡En Finlandia no hay cabida para el "No pasa nada" español!
Finalmente, debemos hacer notar un elemento de mayor amplitud y complejidad. No cabe duda de que los resultados mediocres de los alumnos españoles en informes como los PISA hunden sus raíces en el entramado cultural que se ha desarrollado en las últimas décadas: la cultura del poco esfuerzo. En Finlandia, por el contrario, sigue rigiendo la cultura del deber.
Es este conjunto de cuestiones lo que debemos discutir, con seriedad y urgencia, ya que lo peor sería que, conscientes de nuestro talón de Aquiles, siguiésemos resignados, mientras el futuro de España está en juego.
La lista de deberes para el próximo Gobierno es, por lo explicado, larga. Una de esas tareas, quizá la más difícil, consistirá en abolir el monopolio del uso de los recursos públicos en educación y los privilegios otorgados a los profesores-funcionarios, como la inmovilidad laboral. El motivo fundamental de esta medida es la necesaria transición hacia un mercado laboral más homogéneo, donde todos compitan con todos y la excelencia se pruebe constantemente. Esta ha de ser una de las bases de un gran cambio que nos permita dar inicio a un proceso de transformación del capital humano español mediante el reconocimiento de la calidad y la eficacia educativas como parte estratégica de un nuevo modelo productivo, que España tanto necesita.
Las crisis pueden ser también momentos propicios para emprender grandes reformas. El reloj juega en contra de España. Aquello que durante mucho tiempo no hemos sido capaces de pensar, decir o afrontar se ha transformado en algo urgente, ante el evidente fracaso de nuestros educandos. Todo ello requerirá de mucha valentía, para llamar a las cosas por su nombre y sobrellevar los riesgos políticos de decir lo que se debe y no solo lo que se puede.
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