martes, 30 de noviembre de 2010

La vendedora de crecepelo

Joan Font Rosselló

SI DEJAMOS DE LADO a Antich del que nunca hemos esperado gran cosa, resulta difícil elegir entre Aina Calvo y Francina Armengol como la política más decepcionante de esta legislatura. Muy difícil. Y esto que siempre hemos estado predispuestos a aplaudirlas, siendo como son las dos eternas promesas del socialismo balear. Aplaudimos a Armengol cuando no toleró el chantaje de UM que le exigía impunidad judicial pero en menos de lo que canta un gallo la inquera se desinfló y se convirtió en una más dentro del fiel rebaño socialista a la hora de rendir pleitesía al partido al que meses después estigmatizaron como «corrupto» al echar a todos sus cargos. Los últimos rescoldos de su idealismo se apagaron en el océano de pragmatismo del aparato.
Su estreno como candidata al Consell de Mallorca no pudo ser más prometedor. Prometió regenerarlo, dotarle de mayor relevancia política y cambiar su imagen de «repartidora» de subvenciones. Armengol prometió el oro y el moro y la realidad es que su saco de promesas incumplidas va camino de ser tan voluminoso como mayúsculo va a ser el varapalo que se va a llevar en mayo.
Durante los años que coincidí con ella ya me percaté de que Armengol no pasaba de demagoga, sin conocimiento de los temas que se traía entre manos, en la línea de esta joven generación de políticos -zapateros, aídos, pajines- que se han hecho con las riendas del PSOE gracias a su verborrea vaporosa, su falta de escrúpulos para mentir y haber forjado un discurso que, olvidándose de los orígenes socialdemócratas de su partido, ha caído en los brazos de todos los ismos totalitarios habidos y por haber: ideología de género, catalanismo, ecologismo de alpargata, desmemoria histérica, laicismo, altermundialismo o islamismo.
Prometió bajar la tasa de las basuras y la ha aumentado. Prometió dar más participación a los ciudadanos en la toma de decisiones del Consell de Mallorca y se limitó a mejorar su página web. Prometió terminar con las subvenciones a dedo de la época munarina y apenas las ha reducido. Prometió terminar con las ilegalidades urbanísticas en los pueblos, de ahí la creación de la Agencia de Protección de la Legalidad Urbanística a la que finalmente se han adherido unos pocos municipios, sin que de momento se divise ningún resultado convincente. Prometió terminar con la corrupción de sus predecesores y su respuesta fue encargar un peritaje para justificar lo que se había pagado por Can Domenge, tratando de encubrir a sus otrora socios de UM. Por si fuera poco, la que encarnara la lucha anticorrupción en tiempos de Matas y el activismo contra Son Espases declinó llevar a la fiscalía la ampliación en 23 millones de euros del presupuesto de la carretera Palma-Manacor que Maria Antònia Munar había aprobado días antes de las elecciones de 2007, un acuerdo ilegal y nulo de pleno derecho como los propios técnicos del Consell y el Consell Consultiu certificaron en su momento. El colmo de su hipocresía llegaría cuando, para no poner en peligro el pacto que le sustentaba, mantuvo durante meses a Antonio Pascual y Gonzalo Aguiar -éste incluso, fue detenido- en sus cargos tras ser imputados en la operación Peaje.
Armengol se ha revelado como una demagoga incapaz de cumplir ninguna de sus promesas y una hipócrita que ha utilizado la corrupción para desgastar al Partido Popular mientras miraba hacia otro lado ante la corrupción de sus socios uemitas. Tiene razón UPyD cuando la acusa de haber gobernado rodeada de la mayor densidad de corruptos por metro cuadrado de España.
No son éstas las únicas cualidades que adornan a la inquera. A falta de gestión, Armengol recurre a la propaganda más burda. De fiarnos de lo que dice, nada es como parece en el Consell. Mientras alardea de que nunca antes el presupuesto del Consell había sido tan alto lo cierto es que en 2009 sólo ejecutó el 75% de lo presupuestado, dejándose 107 millones de euros sin gastar. Mientras se jacta de haber firmado el mejor convenio de carreteras con Madrid, la realidad es que sólo gastó el 0,22% de lo conveniado en 2009 y en torno al 20% desde que está vigente el convenio. Mientras asegura que con «la derecha sería difícil hacer política social» la cruda realidad es que en 2009 su gobierno dejó de ejecutar 5,5 millones de euros destinados al Institut Mallorquí d'Afers Socials. Tanto tartufismo tiene su equivalente, lógicamente, en el terreno ideológico. Armengol es socialista de carné aunque está más próxima a los postulados del PSM que a los de su propio partido.
Uno de los vicios que se achacaban a Munar era haber confundido su persona con la institución que presidió durante doce años. El munarato doceañista sirvió para que UM y Munar patrimonializaran la institución convirtiéndola en su cortijo particular. A tenor de la defensa a ultranza que está haciendo Armengol de la institución que preside, mucho me temo que la socialista no siga los mismos pasos de Munar. Mientras son cada vez más las voces que, ante la inanidad y la corrupción que anidan en el Consell de Mallorca, reclaman su cierre o adelgazamiento, Armengol sale en su defensa y afirma que es el Govern quien tiene que adelgazar, aferrándose al marco normativo estatutario. No en vano la socialista no ha dejado de inmiscuirse en competencias del Govern, llegando a extremos tan esperpénticos como tener una consejera de turismo sin competencias. La historia se repite, la segunda vez como farsa. Ya sólo nos queda ver a Armengol envolviéndose en la bandera mallorquina y en la del Consell con cuya suerte parece haber sellado su destino político. Santa mallorquina, protectora de Es Guix, Sa Serra y Sa Sibil·la, Armengol no ha vacilado en afirmar que la reconversión de la Playa de Palma tiene que hacerse «pensando en la identidad de Mallorca». El mismo fuego sagrado insular que transformó a Munar la está iluminando como la nueva depositaria de las esencias mallorquinas.

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