domingo, 14 de noviembre de 2010

Nadie a quien piropear

AGUSTÍN PERY

No me hace ninguna gracia el tema que voy a tratar de desarrollar, con permiso de mi terrible dolor de cabeza. No me refiero a los pronósticos electorales que arroja la encuesta que hoy publicamos. Cómo les vaya a cada uno en la tómbola electoral será culpa o mérito de los feriantes, más comúnmente conocidos como políticos.
Lo que de verdad me sorprende y disgusta a partes iguales es la respuesta de nuestros encuestados a la siguiente pregunta: «¿Puede decirme los mayores aciertos de la actual legislatura?». Nada más ni nada menos que un 64,8% contestó que no lo sabe o que no reconoce a este Govern ningún logro. Y los que sí fueron capaces de encontrar aciertos en este Pacte -intuyo que tras un silencio eterno al otro lado del teléfono y no pocos «un minuto, déjeme pensar, ¿cuánto tiempo tengo para contestar?»- se desgajan en una miríada de respuestas algunas de las cuales denotan la falta de conocimiento del encuestado. Las leyes sociales como la del aborto, el matrimonio gay o la de igualdad que encandilan al 1,3% de los interrogados no son logros atribuibles al Pacte; ni tampoco ese Plan E que despierta la simpatía de un pírrico 0,7%. Y ojo, sólo un 2,5% cree que Antich lucha contra la corrupción. El mayor acierto con un 4,5% es, qué paradoja, el hospital de Son Espases que, por mucha visita guiada, folleto e indigna apropiación por parte del conseller del ramo y su president, no es más que herencia del denostado Govern de Matas. Con y sin montañita.
En fin, que no me alegro de que éste sea el resultado porque más que la inquina de parte de los electores, extrapolable a partir de los 1.000 encuestados salomónica y proporcionalmente reclutados en las islas de nuestro archipiélago, lo que se adivina en la mayoritaria respuesta es la pavorosa abulia en la que vivimos los ciudadanos de Baleares.
No hay piropos al Govern porque no hay Govern al que piropear. Los ciudadanos pasan de sus representantes. Les importa muy poco lo que decidan en el Parlament porque la casa común es una hoguera de vanidades subvencionadas vía impuestos donde hace tiempo que ardieron en gigantesca e incombustible pira las ilusiones de los isleños.
El dato, ese 64,8%, se torna más desasosegante cuando se comprueba que el partido más votado es aquel que justamente no se presenta. La abstención alcanzará cifras alarmantes para la salud democrática de cualquier país civilizado.
That's all folks, esto es lo que hay, ya no va más. No hay aciertos pero sí asoman dos errores de bulto. Ni han combatido la corrupción ni mucho menos han sabido poner coto, sino más bien alimentarla, a la crisis económica.
Debemos pensar entonces que un gobierno que ni acierta ni falla es porque Antich va camino de convertirse en la caricatura del malogrado Fernando Morán. Ya saben, decían que al anunciar la azafata que el avión acababa de aterrizar en el aeropuerto de Moscú y que la temperatura en el exterior era de cero grados centígrados, el entonces ministro de exteriores de Felipe González exclamó: «¡Qué bien! Ni frío ni calor». La fama de atolondrado le acompañó siempre, creo que de manera injusta, a aquel hombre de naturaleza bondadosa tan bien dotado para el estudio y tan poco para la mercadotecnia política. Antich, ya les digo, más parece la cara B de Morán con el agravante de que en su caso la historia no le hará la justicia retroactiva que sí ha tenido el bueno de don Fernando.
No es que Antich sea tonto, no cruzaré esa línea, sino que al ciudadano le importa poco si lo es o no. Y eso es lo verdaderamente preocupante. Pasamos de los políticos y escalamos un nuevo peldaño hacia la uniformidad, el pensamiento único por inexistente, la atonía, la dejadez, el abotargamiento, la corrupción del pensamiento. Una sociedad que deja de ser crítica es una sociedad manejable hasta la mansedumbre. Y ésta lo es porque no sabemos ver ni lo bueno ni lo malo de aquellos que hemos elegido para que nos guíen. Nos quedamos en la anécdota, lo baladí, incluso lo absurdo de unos temas que jamás servirán para llenar la nevera ni borrarnos de las listas del paro. Quizá, porque, a lo peor, ya tenemos meridianamente claro que no serán ellos los que solucionen nuestras cuitas. Empezamos a pensar, cuando no a darnos cuenta, de que sus preocupaciones poco tienen que ver con las nuestras.
Por eso nos dan igual los nombres. Las pugnas para ocupar sitio en las listas de cada partido son disquisiciones de índole doméstico, que suelen responder más que al deseo de los votantes al ego de los votados. No nos importa quién nos lidere porque no creemos que sea capaz de sostener el cayado. Aventuramos que nos defraudará mucho antes de que tengan tiempo para hacerlo. Hasta somos capaces de votar por inercia, algo que no es más que una abstención encubierta, preferimos el voto útil al voto crítico hijo del sesudo análisis de la oferta electoral.
Me atrevería a retar a cualquier votante del PSIB a que me diga cuáles son los méritos de Antich para repetir como candidato socialista y, llegado el momento de la alquimia de los pactos, volver a ocupar el despacho del Consolat de la Mar.
Sospecho que el resultado sería una hoja en blanco plagada de garabatos y acaso una línea escrita en trazos gruesos: «Porque el PP es lo peor».
Así, volveríamos a lo de siempre, los míos son malos pero los otros son peores. Renunciaríamos nuevamente a lo bueno que pueda venir apostando por lo malo que conocemos. Y sin embargo, comprobado que hay poca ideología y sí muchos intereses en el discurso de nuestros próceres, hay una verdad incuestionable a mi modesto entender: Bauzá está tan inédito en las labores de Gobierno autonómico como Antich amortizado.
A diferencia de su jefe madrileño, el de Algaida no tiene un Rubalcaba que sacarse de la chistera y poner a hacer cabriolas dialécticas y quemar rastrojos que llenen de prescindible humo el horizonte político. Aquí, incluso más que allí, el resultado electoral no dependerá del análisis reflexivo de los programas que ofrezcan los candidatos. Ni tan siquiera de la valía de los mismos, pues la encuesta también deja claro que a lo único que aspiramos es a que los políticos lo sean menos. Es decir, que lleguen al cargo no por su capacidad de enjabonar al hombre que sujeta la libreta azul con los nombres de los elegidos para la gloria de un sueldo para (casi) toda la vida sino por su capacitación técnica. Como la de nuestra clase política daría como para escribir un centenar largo de artículos y mi dolor de cabeza va en aumento, me guardo este asunto para otro domingo.
Les dejo con un pensamiento. ¿No estaremos macerando nuestro voto, salivando ante la oportunidad de que en el mercado persa de los que aspiran al Consolat alguien puje al alza por tan preciada mercancía sin esperar a saber si es lo mejor para el conjunto de los ciudadanos?
agustin.pery@elmundo.es

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