miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pederastia y doble rasero

Los fóbicos y los frívolos

Por Eduardo Goligorsky

Aclaro, para evitar una interpretación errónea de estas reflexiones, que soy ateo. A lo largo de mis 79 años de vida siempre he catalogado a todas las religiones –paganas, monoteístas, politeístas y patrañas de la New Age, con sus ramificaciones orientalistas y esotéricas– como manifestaciones de un ubicuo instinto supersticioso.
Tampoco caigo en la trampa de confundir el ateísmo con una panacea. Lenin, Trotski, Stalin, Mao, Pol Pot, los hermanos Castro impusieron dictaduras monolíticamente ateas y, junto al pagano Hitler, perpetraron las peores matanzas del siglo XX.
Generalizaciones mistificadoras
Lo que me mueve a escribir estas líneas es la desazón que me produce el ver cómo un sector de la sociedad que usurpa el título de progresista manipula a la opinión pública y utiliza, contra la Iglesia católica, la misma táctica que los totalitarismos religiosos y políticos emplearon contra quienes serían sus víctimas. Los ejemplos más próximos los encontramos en el comunismo (un kulak sabotea la cosecha, diez kulaks sabotean las cosechas... todos los kulaks sabotean las cosechas... ¡Hay que exterminarlos!) y en el nazismo (un judío es un especulador financiero, diez judíos son especuladores financieros... todos los judíos son especuladores financieros... ¡Hay que exterminarlos!).
No hay que ser muy sagaz para captar las analogías que existen entre esas generalizaciones mistificadoras y las que ahora se esgrimen contra la Iglesia católica en relación con la minoría de sacerdotes pedófilos: el 0,6% del total de religiosos, como puntualiza Antoni Puigverd. Y añade el propio Puigverd, refiriéndose a "los verdaderos protagonistas de la repugnante lacra social de la pederastia": las cifras del caso alemán revelan la magnitud del problema: ¡210.000 casos censados desde 1995!, y, a la vez, la cuota de responsabilidad católica: sólo 94 corresponden a religiosos, un 0,045% (La Vanguardia, 29/3/10).
Quienes, empujados por la fobia ideológica o por la frivolidad, convierten las acusaciones indiscriminadas de pedofilia en un arma arrojadiza contribuyen a blindar este fenómeno perverso contra los antídotos más apropiados para combatirlo, y contra los medios idóneos para identificar y apresar a los verdaderos culpables. Las redadas policiales demuestran que éstos son de los mas diversos orígenes sociales, profesiones, religiones y nacionalidades. Unos viajan a Cuba para satisfacer sus instintos perversos, otros a Tailandia, otros encuentran a sus víctimas en el ámbito familiar.
Interrogantes incómodos
Existe, sin embargo, un dato que los formadores de opinión progres se obstinan en ignorar: mientras los pedófilos de índole turística y familiar son indistintamente hetero u homosexuales, las víctimas de los sacerdotes incriminados son, a juzgar por la identidad de los denunciantes, en su totalidad, o en su inmensa mayoría, niños varones. El profesor de psicología forense Hans-Ludwig Krober, de la clínica universitaria Charité de Berlín, ateo militante y por tanto no sospechoso de connivencia con la Iglesia, afirma: "No es necesario demostrar estadísticamente que el celibato no causa la pedofilia (si bien algunos pedófilos optan por el celibato...). Para un varón heterosexual los niños carecen y carecerán de interés... Los problemas que tiene ahora la Iglesia católica son problemas de sacerdotes homosexuales que no son capaces de, o no quieren, vivir la abstinencia sexual y por lo tanto intentan disimularlo".
Aquí la palabra clave que espanta a la élite progre políticamente correcta es homosexual. Mencionarla implica destapar una caja de Pandora repleta de interrogantes incómodos. Interrogantes que no se contradicen con la convicción de que todas las personas adultas tienen el derecho inalienable a organizar su vida, con consentimiento mutuo, de acuerdo a sus preferencias sexuales. ¿Existe desde la antigüedad un nexo entre la homosexualidad y la pedofilia, encarnada en los discípulos de los filósofos griegos y romanos? ¿Por qué las redes sociales que postulan la legalización de las relaciones sexuales con menores aparecen injertadas en la corriente homosexual? ¿Es un logro de estas redes que en España la edad de consentimiento para las relaciones sexuales se haya reducido a los 13 años? ¿El reemplazo paulatino de la educación sexual por la educación de género hace que los niños sean más vulnerables a las agresiones pedófilas? ¿Cómo es posible que, mientras se denuncia la impunidad de que han disfrutado los sacerdotes pedófilos en el seno de la Iglesia, la ciudad de Barcelona dedique una plaza al pervertido y pervertidor Jean Genet? En fin, ¿la decisión de permitir la adopción de niños por parejas homosexuales entraña una cuota innecesaria de riesgo para el bienestar de éstos... sin descartar que también corren riesgos en medios heterosexuales?
Hostilidad visceral
Las preguntas concernientes a la pedofilia se complementan con otras que ponen al descubierto la hostilidad visceral de estos nuevos inquisidores hacia la Iglesia católica. ¿Es coherente que la izquierda española satanice indiscriminadamente a los sacerdotes de los años 60 y 70, cuando fue ese clero, inspirado por el Concilio Vaticano II, el que dio cobijo en las iglesias a los cónclaves clandestinos de la oposición antifranquista? ¿Es coherente que los columnistas y tertulianos que no soportan ver crucifijos en los entes públicos tilden de racistas a los suizos que regulan la construcción de minaretes? ¿Es coherente que algunos políticos que pretenden desacralizar las festividades religiosas católicas participen en los ágapes colectivos con que se celebra el final del Ramadán? ¿Es coherente que el jefe de gobierno que se fija la meta de laicizar la tibiamente cristiana España tenga como socio preferente de la Alianza de Civilizaciones al jefe de gobierno que se fijó la meta de islamizar a la tibiamente laica Turquía? ¿Es coherente que ese mismo jefe de gobierno recite en el Día de Oración de Estados Unidos un pasaje del Deuteronomio, el libro del Antiguo Testamento que contiene, en sus versículos 7:1-5, 13:6-10 y 22:20-24, las exhortaciones más implacables al exterminio de las tribus vecinas y a la lapidación de los herejes y las adúlteras, exhortaciones que habrían de cumplir los fanáticos ortodoxos de las tres religiones monoteístas y de los sistemas totalitarios que salieron a competir con ellas?
Es cierto que a lo largo de su historia la Iglesia católica ha librado una guerra sin cuartel contra la ciencia, la razón, la libertad de pensamiento y las libertades individuales. Pero el calvinismo no se quedó atrás cuando quemó en la plaza pública de Ginebra a Miguel Servet por sostener tesis heréticas sobre la circulación de la sangre. Y los jacobinos guillotinaron al sabio Antoine Lavoisier. Y la Unión Soviética ejecutó a los científicos partidarios de la genética mendeliana y la teoría de la relatividad.
Cosmovisión bárbara
Hoy, la fobia ideológica y la frivolidad fomentan la transformación de lo que debería ser una campaña por el endurecimiento y cumplimiento de las sanciones penales contra los pedófilos de todas las categorías sociales en otra campaña, tan impregnada de maniqueísmo y arbitrariedad como las que muchas veces desencadenó la Iglesia ahora estigmatizada. Con el agravante de que, mientras los fóbicos y los frívolos se obstinan en debilitar la trama de nuestra civilización, ésta sufre el ataque inclemente de los yihadistas, enrocados en una cosmovisión bárbara y deshumanizada.
Entiendo, claro está, que quienes piensan que la Iglesia católica tiene la sagrada misión de transmitir un mensaje divino se subleven contra el comportamiento escandaloso de sus pastores y contra la complicidad de quienes los han encubierto. Sin embargo, quienes no comulgamos con esas pretensiones de superioridad sobrenatural debemos reconocer que la Iglesia reacciona con el espíritu corporativo de todas las organizaciones de seres humanos, que tratan de proteger mientras pueden a sus miembros, ya sean éstos médicos acusados de mala praxis o... controladores aéreos a los que se atribuye la responsabilidad de un accidente. Para eso está, precisamente, la justicia penal: para castigar a quienes encuentre culpables de la comisión de un delito, empezando, lógicamente, en este contexto, por el de pedofilia.
EDUARDO GOLIGORSKY, escritor.

Libertad digital

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