jueves, 19 de enero de 2012

Camilo donante


RAÚL DEL POZO
Estamos viviendo el futuro. Nuestras células locas, desbocadas, nos pueden hacer nacer de nuevo. La humanidad se autorrecreará en divisiones mióticas, como los champiñones. Pero el cielo de la humanidad es borrascoso. En todo hemos avanzado excepto en la moral, dicen los predicadores; el caso es que algunos clérigos monoteístas -los judíos, incluso los budistas tan fardones- se oponen a avances científicos como el de los trasplantes. No somos polvo, sino células enamoradas. Quiero decir que la ambulancia del amor no se ha estrellado. No sólo hay botellón de botox y pellejos de clítoris en el careto, sino un gigantesco taller de tejidos, huesos y órganos, aunque se esté invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres que en la cura del Alzheimer. Esta noticia hizo decir al doctor y escritor brasileño Draúzio Varella: «De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven».
No es tan desoladora la condición humana. Los médicos, los últimos científicos en contacto con el pueblo, piden órganos para salvar vidas. Hay donantes familiares, no familiares y cadáveres que antes de morir dejaron su última voluntad solidaria. Regalan riñones o médula ósea los héroes anónimos que practican el amor dándose a agonizantes.
No sé si la gente sigue leyendo a Camilo José Cela, pero allá donde voy, a Rute, a Pastrana, al restaurante de Santiago, a Finisterre, a Iria Flavia a las hermanitas descalzas, encuentro santuarios dedicados a Cela. En la Clínica Cemtro, desde donde se llevaron al gallego para hacer el último paseíllo sin cuadrilla, el doctor Guillén tiene una biblioteca dedicada al Nobel y guarda un poema impertinente y machista para estos tiempos de la ideología de la corrección. Perdonemos sus excesos homófobos para sacar de él lo humanitario, lo quevedesco o aretinesco. Cela dona sus órganos, al estilo burlesco, con algunas salvedades: «Que se los den a cualquiera». «Si ya no puedo respirar / que otro respire por mí». «Donaré mi corazón / para algún pecho cansado / que quiera ser restaurado / y entrar de nuevo en acción». «La pinga la donaré / y que se la den a un caído / y levante poseído / del vigor que disfrute».
El Nobel regala todos sus órganos excepto la boca y el culo. «Sé de quien en ocasiones / habla mucha bobería; / mama lo que no debía / y prefiero que se pierda / antes que algún comemierda / mame con la boca mía». Y respeto al bullate canta y no da: «El culo no lo donaré / Muchos años lo cuidé / lavándomelo a menudo. / Para que un cirujano chulo / en dicha transplantación / se lo ponga a un maricón / y muerto me den por el culo»

Publicado en EL MUNDO, 25 DE septiembre del 2009


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