domingo, 14 de marzo de 2010

Pobre Cataluña

Angela Vallvey

En los últimos años, me duele ver cómo se suceden episodios propios de lugares atrasados, apáticos e incultos

Siento verdadera adoración por Cataluña, no sólo porque Cataluña me ha proporcionado mucho más que cualquier otra tierra del mundo, sino porque me ha ofrecido generosamente todo lo que no me ha dado, y probablemente nunca me dará, ni siquiera la mía propia: un proyecto intelectual y existencial, un asidero en la vida que me permita llevarlo a cabo, apoyo, ilusión.

Ninguna de las olas de antipatía hacia Cataluña –de anti-catalanismo puro, duro– que han recorrido España de punta a punta en los últimos años a consecuencia de las enloquecidas políticas de las autoridades competentes (ejem) de Madrid ha hecho mella en mí: sigo siendo fiel a Cataluña. El asunto del Estatut no ha provocado ni un vaivén en mi inquebrantable fe en ella.


De Cataluña siempre han procedido el adelanto y el impulso para el desarrollo de la nación sin menoscabo de que los avances hayan ido acompañados, en ocasiones, de ciertos importantes problemas políticos. Mi devoción por Cataluña, mi historia de amor con Cataluña, con su gente, su idioma, su industria y su cultura, viene de lejos, de la primera infancia, de cuando yo abría libros viejos y miraba la fecha de impresión y leía maravillada: «Barcelona, mayo de 1937», y me fascinaba pensar que, en plena Guerra Civil –guerra que me produce una vergüenza ajena tan grande que tal vez no sea capaz de superarla nunca–, mientras un mayo brutal se desangraba por las calles de esa hermosa ciudad que yo amo, había personas, honrados catalanes, gente avanzada de verdad, que se dedicaba a editar libros sin importarles que el mundo pareciese estar a punto de derrumbarse.


Y esas buenas gentes traducían, y componían, e investigaban, y producían, e intentaban comerciar, alentar el desarrollo, la ilustración de una España con secular tendencia a la barbarie. Yo, que soy una afrancesada, pensaba: «¡Cataluña es la Francia de España!, ¿qué sería de nosotros sin ella?».


Por eso, en los últimos años, me duele profundamente ver cómo en Cataluña se suceden episodios propios de lugares atrasados, abandonados, apáticos e incultos: cortes de luz en medio de grandes tormentas, caos en los transportes y enormes masas de contribuyentes afectados por la falta de eficacia y diligencia de unas autoridades expertas en hacer patrias e idear naciones, pero inútiles en todo lo demás.


Las consejerías clave en estas situaciones de emergencia suelen estar en manos de algún arrojado nacionalista «ecofriendly», de esos que perderían la vida por la causa (es un decir, o sea, que perderían la vida como se pierde la vida en un videojuego: un ratito nada más) y que, enarbolando la bandera del progresismo, en el fondo añoran el Paleolítico pese a que nunca reconocerán que no podrían sobrevivir en él sin el Armani, el vehículo oficial y el «foi-gras» del Club del Gourmet. Resumiendo, que han dejado los problemas de Cataluña a cargo de quienes sólo saben generar problemas, no arreglarlos, de los que son expertos en producir conflictos porque llevan toda una vida entrenando. (Pobre Cataluña).

Vía la razon

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