miércoles, 25 de agosto de 2010

Un gobierno delincuente y sin oposición / Ortega y los separatistas

25 de Agosto de 2010 - 10:45:06 - Pío Moa (LD)

La perversión del lenguaje nos condena. Tenemos un gobierno ideológicamente muy afín a la ETA y que, entre otras muchas cosas es colaborador del terrorismo, el colaborador más activo e importante que los terroristas, no solo los etarras, hayan tenido nunca. Y una oposición que antes mostraba ligeros e inanes desacuerdos con la “política antiterrorista” del gobierno para felicitarse luego de que esta haya “cambiado a mejor”, desentendiéndose de los enormes daños institucionales que dicha colaboración ha causado y sigue causando. Una oposición colaboradora de los colaboradores. Esta doble situación describe una realidad política en extremo peligrosa, por la cual gobierno y oposición se ponen básicamente de acuerdo (también para robar) contra los intereses fundamentales de los españoles.

Los actos del gobierno son mucho más graves que los que llevaron a la cárcel a diversos políticos felipistas. Se trata de un gobierno delincuente, sin paliativos.

Pero, entonces, ¿por qué no surge una oposición a esta deriva demencial? El descontento de mucha gente es evidente, y se manifestó masivamente en la primera etapa de Zapo, hasta que Rajoy asfixió su expresión. Pero faltan cauces, porque una oposición no se improvisa de la noche a la mañana; porque predomina una idea errada de la democracia, según la cual quien consigue mayoría de votos puede hacer lo que le dé la gana, por encima de las leyes y de los intereses nacionales; porque gran parte de quienes ven las cosas no están dispuestos a hacer nada al respecto, aparte de lamentarse; o porque les da por imprecar contra la masonería, Francia, Marruecos, Usa u otras monsergas, incapaces de ver que quienes fallan son ellos, con sus simplezas y su incapacidad de análisis, incapacidad que suelen creer un don de Dios o una maravilla de penetración política… En fin, hay muchas razones.

Recomiendo releer la carta de Bofarull a Ripollet, publicada aquí el 14 de agosto: se trata justamente de la situación contraria. Durante más de 30 años los nacionalistas catalanes más los socialistas, sin otra oposición que la de Jiménez Losantos con su famoso manifiesto o la pasajera de Vidal Quadras, han hecho un enorme esfuerzo por crear esos cauces para su política, por conquistar parcelas de poder, por dominar la universidad, realizando una intensísima propaganda a todos los niveles y con todo tipo de medios. ¡Y sin embargo siguen estando muy lejos de conseguir sus objetivos, pese a que enfrente no tienen hoy a nadie ni a nada! Otro tanto pasa con el PSOE y su gobierno.

Existe también algo de oposición organizada, y son medios como LD o Intereconomía, o parte de ellos. Una sugerencia: a cualquiera le es fácil formar un círculo de amigos para ampliar la difusión de los contenidos más interesantes de esos medios. Eso, hoy, no tiene ningún riesgo y solo exige un esfuerzo que además puede ser agradable por dar lugar a tertulias y discusiones interesantes. Pronto verían cómo iba cambiando la opinión de la gente en torno. Teóricamente hay miles de personas indignadas con el rumbo de la política. Si cada una de ellas formara un círculo semejante, por pequeño que fuera, se crearían cauces y una especie de guerrilla de la opinión pública que cambiaría muchas cosas en poco tiempo. Así funcionaba el PCE bajo el franquismo, y ahí está el fruto, aunque lo hayan recogido los socialistas.

****Ortega estaba, ciertamente, en contra del nacionalismo catalán, pero su análisis no pasaba, empleando mucha prosopopeya, de constatar obviedades como que había unos catalanes que se sentían españoles y otros que no, y que por tanto el problema no podía resolverse, sino solo “conllevarse”. No se le ocurría examinar cómo se había llegado a esa situación, ni los fundamentos del nacionalismo… Y quizá no se le ocurría porque, de hacerlo, se encontraría sin el menor argumento contra los separatistas. Estos coincidían con Ortega y los regeneracionistas en que la historia de España había sido “anormal”, absurda, antieuropea, “tibetanizada” o ajena a Europa, que España no existía como nación, que Castilla había hecho a España y la había deshecho, y toda una interminable serie de majaderías por el estilo. Sobre esa base, los nacionalistas querían separarse, mientras que Ortega, con un optimismo entre risible y patético, pretendía mantener unida una entelequia, bajo palabra de que él y los suyos la convertirían en una gran nación o cosa por el estilo.

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