- Yo he sido socio de la Obra Cultural Balear (OCB). En sus inicios, no recuerdo si su presidente era Don Miquel Forteza o Climent Garau. Me hice socio porque pensaba que estábamos ante una loable iniciativa de la sociedad civil para la defensa y promoción de la “cultura” y de lo “balear”, tal y como parecía desprenderse de su denominación. Les di generosa cancha periodística en Diario de Mallorca hasta que me di de baja cuando comprendí y constaté que la OCB tenía poco de “cultural” y de “balear” al haberse convertido en instrumento al servicio del puro y duro catalanismo.
- A pesar de esta decepción, la OCB estaba presidida por señores que, de alguna manera, impregnaban de corrección formal y educada las proyecciones públicas de la entidad. Presidentes como Forteza, Garau, Tomeu Fiol o Miquel Alenyar daban- discrepancias aparte- una imagen digna a la OCB. Hasta que irrumpieron en la escena dos personajes, Antonio Mir y el abogado Matías Oliver. Ambos impulsaron un giro copernicano a la entidad que se convirtió en un negocio y en un instrumento del agit-prop catalanista. Coincidiendo con la autonomía, la presidencia de la OCB pasó de estar desempeñada por señores que no percibían nada por el cargo a ser dirigida por funcionarios asalariados de forma más o menos suculenta dada su condición de profesionales de la agitación. Es entonces cuando la OCB se convierte en receptora de abundantes dineros públicos con la excusa de cursos de catalán, normalizaciones, habilitación de profesores, correllenguas, Voltor y la televisión catalana y toda la parafernalia que, algo decadente y avejentada, todavía es hoy seña de identidad de la sociedad catalanista. Hubo generosos fondos institucionales baleares y abundantes dineros de la Generalitat catalana (probablemente también aportaciones procedentes de entidades teóricamente privadas y, por tanto, indetectables, como el Omnium Cultural catalán) que convirtieron la OCB en una potencia económica para lo que se estilaba en asociaciones privadas de este tipo.
- Aún así, y a pesar del salto cualitativo hacia fórmulas agresivas de agitación, la OCB se mantuvo dentro de unos límites relativamente correctos que, en cualquier caso, anunciaban y presagiaban la deriva que ha conducido a la situación actual: una Obra Cultural Balear maleducada, insultante, agresiva, convertida en mascarón de proa del catalanismo radical rayano en el fascismo puro y duro. Hasta las estéticas se corresponden con esta ferocidad maleducada: el actual presidente provocaría un soponcio a los padres fundadores de la OCB y un sujeto como el actual vicepresidente Bartolomé Martí generaría probablemente el rechazo de los pulcros founding fathers de la entidad obraculturabita.
- Es sintomático lo que ocurre con Martí, voz y portavoz por excelencia de la OCB. Basta leer sus artículos en el Baleares y el tono de sus intervenciones en radio o televisión para concluir que estamos ante un fanático, encima maleducado. El último episodio que se relata en este periódico digital, amenazando a un diputado en la propia sede parlamentaria, revela dos hechos igualmente graves: la violencia sistemática de su discurso y, en este caso, su falta de respeto a la institución parlamentaria y su ignorancia de los usos discursivos que rigen en todos los parlamentos del mundo. Para colmo, una Munar que lo ignora todo salvo su supervivencia política no ampara ni al diputado ni a la institución ante la agresión del jenízaro. Nada nuevo: Munar sólo se ampara a si misma.
- En una palabra, estamos ante el triste final de una entidad que ha desnaturalizado su espíritu fundacional en un proceso lineal claro que desemboca en el grito, en la amenaza y en la grosería pura y dura. La Obra Cultural Balear es una caricatura- nunca mejor dicho- que no tiene una razón de ser específica en la medida que es redundante con, por ejemplo, Esquerra Republicana de Cataluña y el PSM. Son lo mismo y los mismos.
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