Durante los años 75-80 éramos una especie de misioneros en tierra extraña: sólo nos faltaba el salacot. 'Los de catalán' éramos el hazmerreír del resto de profes, cobrábamos la mitad que un maestro normal (nos pagaba el Ómnium). Y los críos, como la nota de Catalán no contaba, nos tomaban por el pito del sereno. Un calvario. Después, poco a poco nos fuimos ganando el respeto y la consideración de los claustros y de los alumnos. Ahora, después de veinte años, hemos llegado a ser una especie de representantes del poder y de la ideología dominante. Ahora es al contrario: los de castellano, pobrecillos, son los que están en fuera de juego, como perdidos y en corral ajeno.
Según el nacionalismo felizmente reinante, la lengua catalana es la marca de identidad más relevante, el nervio central de la nación catalana. En consecuencia, los profesores de catalán somos los que extendemos y profundizamos la catalanidad por todas partes, los que hacemos nacer en la juventud la esencia y el orgullo de ser catalán, los que establecemos lazos de solidaridad con el mundo catalanohablante (los Países Catalanes), los que hacemos caer en la cuenta a los chicos de que si no hablan catalán no son (dignos) de este país y que sólo con el catalán llegarán a la categoría de (ciudadanos) catalanes de pleno derecho...
Es decir, la lengua catalana ocupa el lugar de la ideología nacional. Por lo tanto, los profesores de catalán no somos exactamente profesores de lengua, sino de ideología. La nuestra es una asignatura comparable a la antigua y odiada Formación del Espíritu Nacional, la FEN. ¡Yo que creía que estaba enderezando un agravio histórico, reparando una injusticia secular y rompiendo una absurda frontera social, de repente me percato de que soy como aquellos tenebrosos profesores de Falange! Más bajo no se puede llegar...
Ante esto, un servidor, sencillamente, objeto. No quiero ser expendedor de esa mercancía sucia, el nacionalismo. Quiero recuperar mi dignidad de profesor de lengua, y nada más. Una lengua hija del latín, hermana del castellano y amiga de todas las lenguas. No quiero ser el canal distribuidor de valores turbios, ni de consignas, ni de normas de uso. Quiero ser, sencillamente, un profesor de una lengua. Pienso que eso es –debería ser– la plena normalidad.
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