martes, 21 de septiembre de 2010

Muñequitas y señoras

SALVADOR SOSTRES

El Frankfurter Allgemeine está en lo cierto al llamar a las ministras del Gobierno «las muñequitas de Zapatero» y es comprensible que se ría de ellas. Las mujeres de este Gobierno, así como las que últimamente han tomado el PSOE, no son más que mujeres demostrando lo feminista que es Zapatero. Mujeres sin ninguna virtud especial, sin ningún talento demostrado, sin ninguna aportación consignable que hayan hecho a la vida pública, ni granito de arena que hayan puesto para hacer realidad el sueño de una España mejor. Nada. Sólo mujeres cuota, mujeres por ser mujeres, cayendo en los tópicos más casposos y desahuciados del feminismo de los años 70, con los labios ultrapintados de Lidia Falcón de fondo.

La mujer de izquierdas ha sido siempre un fracaso en política. Desde la Transición, la mujer más relevante que ha dado la política española ha sido Esperanza Aguirre; el Reino Unido ha conocido a su mejor primer ministro con Margaret Thatcher y a su mejor monarca con la reina Isabel II, el símbolo mundial de lo alto y de lo distante. Ella, que nunca ha caído en la vulgaridad de intentar resultar cercana ni en el horror estético de la campechanía.

Cuando Hillary Clinton perdía las primarias contra Obama se puso a llorar y al final América acabó prefiriendo a un negro que a una mujer. Merkel se hizo con el poder en Alemania y lo ostenta con acierto y elegancia. Ségolène Royal perdió por goleada ante Sarkozy y, como las muñecas de Zapatero, el lema que usó para su funesta campaña fue únicamente el de su sexo: La France Présidente. Por lo único que se ha distinguido Carme Chacón ha sido por su forma de vestir y por los ojitos que le pone al presidente del Gobierno. Sólo unos años antes, Condi Rice, mujer y negra, se supo convertir en la peor pesadilla de la maldad islamista.

Si la presidenta de Madrid, en su valiente lucha contra el abuso sindical, es el pecho de Marianne guiando a su pueblo hacia la libertad, Trini, de cuero negro y ninguna idea, sólo supo enseñar el escote cuando quiso disputarle a Gallardón la Alcaldía de la capital de España. En Cataluña, mientras consejeras socialistas como Montserrat Tura pierden el tiempo discutiendo si son más o menos catalanistas, o si irán o no irán en las próximas listas electorales, la diputada de CiU Irene Rigau, magnífica musa de la derecha catalana, consiguió aprobar desde la oposición una muy buena Ley de Educación, católica y concertada, abundando en las discrepancias del tripartito e imponiéndose con rigor y autoridad, altiva con su triunfo.

La izquierda está tan pendiente de la cuota, de la apariencia y de lo políticamente correcto que eso es todo lo que suele obtener, tanto con sus políticas sociales y económicas como culturales. Puro escaparate y «tu cuerpo es un cuenco/ para ponerle un lirio/ cuando llega el buen tiempo». La derecha, sin quererse meter en la vida de los otros, suele conseguir lo mejor de la vida de los otros y de las otras.

Mientras el feminismo chilla hacia la izquierda, las mujeres realmente inteligentes brillan en la derecha y consiguen lo que se proponen, sin marginación ni queja. Lo mismo que en la vida: las que valen se hacen empresarias y las que no llegan, sindicalistas.

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