Los desgraciados acontecimientos de Valencia, las manifestaciones del domingo, el tono cada vez más bronco de las protestas. Hay motivos para el desconcierto y para la desesperación, para la angustia y la incertidumbre. Lo que va bien podría ir mal, y lo que va mal, podría ir todavía peor. El problema no es simple y por lo tanto no existen soluciones simples, ni inmediatas, ni del todo fiables. Hay que ser imaginativo y a la vez cauto. Hay que arriesgar, pero sabiendo que tenemos un margen muy estrecho. Todo podría romperse y hay piezas que no tienen repuesto.
Sí hay algo inevitablemente cierto, y es que de ésta, o salimos juntos, o no saldremos. Rajoy ha pedido mesura, y la mesura es en este caso el único buen consejo. Son tiempos difíciles que requieren la comprensión, el esfuerzo y el sacrificio de todos. Todo el mundo tiene sus razones, pero estas razones no servirán de nada si el Estado se hunde y quiebra.
No se trata de tener razón, ni de airear agravios, ni de organizar la manifestación más provocativa ni la represión más contundente. No se trata de desacreditar al Gobierno, ni de humillar a nadie. Se trata de que nos estamos jugando la supervivencia. Cada alboroto nos sitúa más cerca del abismo, cada amenaza de más tensión nos desacredita ante el mundo.
Ni Rajoy ni el PP son el enemigo, como tampoco lo son los estudiantes valencianos ni la Policía. El enemigo es la crisis, la intervención, la miseria que avanza firme y ciega. Estamos perdiendo porque una vez más no somos capaces de sumar fuerzas y las pocas que tenemos las empleamos en destrozarnos. Estamos perdiendo porque preferimos ceder a las pasiones más bajas y al odio que superar las pequeñas querellas tribales con generosidad y fraternidad.
Si algún sentido tiene el patriotismo es precisamente éste. El forofismo es estéril pero el patriotismo profundo que consiste en anteponer las necesidades nacionales a los vicios propios, y los esfuerzos colectivos a las miserias personales ha salvado a grandes naciones del desastre. «Esta es vuestra victoria», dijo Churchill cuando todo Whitehall exultaba naturaleza humana unánime. «Right or wrong, my country».
Si queremos tener alguna opción de futuro y de prosperidad tendremos que dejar a un lado la tentación cainita, el yo pequeño que nos llena el corazón pero que nos vacía el alma, el efectismo, la demagogia, la propaganda, el querer sacar tajada partidista a corto plazo. España necesita mucho esfuerzo, mucho trabajo, mucho sacrificio y mucha calma. No se trata ni del Gobierno ni de la oposición, sino de las dañadísimas estructuras que aguantan esta casa.
Hace tanto tiempo que vivimos tan bien que nos hemos olvidado de lo que significa pasarlo realmente mal, de lo polvorienta que es la miseria, y el hambre, y de cómo cuesta volver a tener esperanza cuando te ves sumido en la catástrofe. Aquellos tiempos oscuros no están tan lejos y si no somos capaces de hilar muy fino, volverán.
No hay culpables, no hay enemigos, no hay malos. Tenemos un país tembloroso y quebradizo y podemos luchar por intentar fortalecerlo y sentir el último orgullo de pertenecernos aunque perezcamos en el intento, o podemos patearlo un poco más hasta darle el toque de gracia final y que entonces sea el sálvese quien pueda.
Y esto te lo digo yo -que ya estoy salvado- a ti, que pronto podrías ver cómo ya no queda nadie para escuchar tus quejas y tus proclamas.
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